sábado, 29 de agosto de 2015

Eso que llaman revolución

Un viaje por las casas de los cubanos, convertidas ahora en hostales.

Lo criaron del 59 para acá. Se escapaba a pescar al Puerto Casilda y  disfrutaba corretiando en un hospital vecino a la casa de su abuela, una afrocubana espiritista que lo crió. Ahora, junto a su esposa, tienen un hostal para extranjeros en Trinidad, la ciudad colonial mejor conservada de la Isla.

Él se llama “revolucionario” a sí mismo y se siente orgulloso pero no duda también en criticar, moderadamente a veces, y discretamente siempre al gobierno cuando, según él,  “no deja trabajar a los hosteleros”, el sector más pujante de éste que fue un enclave azucarero con mano de obra esclava siglos atrás.
Nuestro amigo  tampoco tiene reparo para reírse de su cuñada que no  hace ni un año se fue Estados Unidos y cuando regresa a Cuba se queja de los ventiladores tan poco sofisticados que venden en la Isla en comparación con los de La Florida. “Coño, vivió más de medio siglo acá. ¡Cuando regresa ya no le gustan ni los ventiladores de Cuba!”, se ríe a carcajadas. Como la mayoría de cubanos,   brilla por su chispa.
Quienes están vinculados al turismo - la industria que crece y más reparte  desde Pinar del Río al este de la Isla, hasta Guantánamo, la provincia más oriental - tienen el chance de hacer mejoras en sus casas: pintar fachadas, poner agua caliente, cambiar los inodoros, tirar una “placa” (en términos ticos, un “planché” para seguir construyendo).
En Cuba es común desde mediados de los noventas que los cubanos alquilen en sus casas al menos uno de los cuartos.
Las tarifas rondan los 25 “ce u ces”, como le llaman los cubanos, que para nosotros los extranjeros resulta más fácil decirles “cucs”. Es la moneda covertible. En marzo del 2015 se cambiaba casi taco a taco con el euro.
Los nacionales que reciben “cucs”, también gastan en “cucs” por bienes y servicios que solo se consiguen a precios de “cucs” y que abismalmente se diferencian del tradicional peso cubano. Un “cuc” representa 25 pesos cubanos que sabiendo donde consumirlos, alcanzan para un buen libro, ir al cine y hasta comerse un helado.

Creatividad ante las carencias

Recuerda, este hostelero trinitario, que cuando el negocio arrancaba y el control arreciaba, era común que ellos corrieran a  esconder  las langostas que acaban de servir a sus comensales al momento que alguien inesperadamente les tocaba a la puerta.  Por supuesto,  ingleses y alemanes se quedaban boquiabiertos de esa estampa de los inicios de la hostelería cubana.
Dice que también al inicio, sufrían por la falta de agua (¡Y todavía aún deben contratar cisternas!) pero que  resolvían la falta del líquido echando baldes de agua a un tanque de captación justo cuando se enteraban que los turistas abrían la ducha. Recuerda también las madrugadas que pasaron en el corredor de la casa de en frente pues él y su esposa, habían rentado su propio cuarto.
Por cada habitación dedicada al turismo, el gobierno recibe un equivalente cercano a unos 50.000 colones más un porcentaje que ronda el 10% de los ingresos mensuales.
Cuando uno llega a la casa-hostal, lo primero que hacen los anfitriones es pedirnos el pasaporte para llenar la información que ellos mismos también deben facilitar a las autoridades de migración.  
Al Oriente, Santiago – la cuna del son cubano y  el cementerio de los héroes nacionales- nos recibe en  la casa de una profesional de medicina. Su esposo, doctor en física, investiga una salida a una enfermedad propia de África. Ambos  han  combinado sus sofisticados conocimientos académicos con la atención a los turistas.
 “¿Pescado, camarones o langosta para la cena?”, dice ella para ofrecer un servicio adicional con el que puede redondearse aún más la estadía de sus visitantes. Unas chuletonas de pescado bañadas con una salsa de tomate fresco  y acompañadas de los infaltables “chatinos” (patacones) resultaron para chuparse los dedos.

Salud, educación y religión

Ella   con la alegría permanente que la caracteriza se sienta a la mesa  y nos narra esas cosas que la Revolución mediante políticas públicas     ha logrado, tal como lo reconocen los mismos organismos internacionales.
Esta profesional incluso trabajó un año apoyando a los haitianos luego del mortal terremoto de enero del 2010 pues hay espacio para la cooperación Sur – Sur.  Se sorprende cuando le contamos que en Costa Rica, cuatro de cada diez niños que entran a la escuela no salen graduados del colegio. Eso resulta ciencia ficción para los cubanos.  “Aquí la policía y hasta el Presidente del CDR (Comité de Defensa de la Revolución) intervendrían”, reacciona. En cada cuadra hay una persona encargada de apoyar (quizás, hasta “vigilar” calce mejor) a sus vecinos con la tramitación de necesidades y propuestas.
Ella igualmente reconoce que su salario como profesional en medicina y el de su esposo como científico y docente universitario  no alcanzan para una familia que quiere desarrollarse un poquito más. Están ahorrando para hacer mejoras en la casa  y abrir otra habitación para turistas.  Cuando nos despedimos, su esposo nos invita al cafecito cubano fuerte y endulzado. Ella no está en la casa pero tiene la calidez de llamar por teléfono para despedirse.  
Los símbolos masones los ubicamos en edificios y cementerios. La masonería incluso fue clave en tiempos de la independencia para la circulación del libre pensamiento. “Eso sí, no hablamos de política ni de religión”, nos sentencia el dueño de la casa-hostal de Remedios y miembro de una logia. 
Quizás en la logia no se hable de religión pero su esposa y matrona de esta familia, recuerda con orgullo  haber recibido la hostia de manos del Papa Juan Pablo Segundo en aquella histórica visita a la Isla en 1998 que entre otras cosas, permitió abrir y desempolvar las iglesias. Ahora hay cultos católicos que se combinan con actividades culturales como el homenaje que aquella calurosa noche,  algunos músicos locales le dieron al compositor, guitarrista y director de orquesta, Leo Brouwer.

Esta familia de Remedios vive pendiente de la estabilidad de una de sus hijas que tramitó con éxitos los papeles y acaba de mudarse a Estados Unidos. “Para nosotros, escuchar la voz de  los nietos al otro lado del teléfono es lo más satisfactorio”, recuerda él, con los ojos aguados. Él nunca quiso dejar Cuba ni en los tiempos más difíciles, pues como hijo de inmigrantes prefirió no repetir la historia familiar y acompañar a padre y madre hasta el final de sus vidas.
La pintoresca Remedios está en el norte de la Cuba central. Este pueblo, único por tener dos iglesias con un parque de por medio, está en obras para recuperar edificios emblemáticos y guiñarle un ojo a los turistas que buscan la arena que parece harina y el agua turquesa del Cayo Santa María, el último islote a 50 kilómetros de distancia conectado por una carretera construida sobre el mar y en medio de manglares. Esta es una infraestructura orientada a turistas extranjeros pues hasta pasaporte piden en la caseta de la entrada a la carretera.
En la Habana Vieja, las casas convertidas en hostales también son la ruta obligada para los viajeros de bajo presupuesto que estamos deseosos de no solo conocer la Catedral, el Morro, el Malecón y las plazas reconstruidas sino acercarnos al menos, por unos días, a lo cotidiano, a la gente.
Ella tiene 52 años y apenas un mes de trabajar en uno de las decenas de hostales en la calle Cuba dentro del casco histórico.  Como decimos en Costa Rica,  en hostal ajeno “agarra volados” para que montarse pronto  el propio negocia. Dice en voz baja que ahí ha visto algunas deficiencias que ella sí quiere mejorar.  Como por ejemplo, “atender al cliente de inmediato”, asegura luego de que un par de turistas pide cambiarse de cuarto y no hay quien decida sobre esa solicitud. Corre para facilitarnos un destapador de cañería  pues en edificaciones tan viejas es normal que la cosa no fluya, a pesar de los insistentes avisos de evitar los papeles en el inodoro.
Esta mujer delgadita solo espera que su hermano, que vive en España, le mande el contenedor con algunos materiales que aún no se consiguen en Cuba y las sábanas nuevas, que con ilusión, pronto tenderá en su primera habitación para turistas en el  209 de una calle vecina a la Plaza Vieja.