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jueves, 21 de febrero de 2019

Vivir en un volcán


Sus tres hijas debían bajar del cráter del Irazú para ir a la escuela mientras vivieron una década completa ahí arriba con toda su familia. Arabella, Fresia y Johana son profesionales y él, ya con siete nietos, sigue trabajando en el volcán.

Recuerda que hace poco tuvo que desmontar la casita de muñecas que le hizo a sus hijas en la década de los años 80. “Yo jugaba con ellas en vez de la doña. En casa, éramos cinco mujeres: las tres hijas, la doña y yo”, bromea.
Marco Tulio Araya Brenes es uno de esos anónimos que ya forma parte de la historia de los medios de comunicación audiovisuales de Costa Rica. Ha laborado para la Universidad de Costa Rica, Teletica y el Sistema Nacional de Radio y Televisión Sinart y Grupo Extra.
“Hay gente que dice que ni por cinco millones de dólares estaría aquí y el cardiólogo -porque tengo un problemita, tuve una afección en el corazón- el cardiólogo me dice : ¿Todavía está yendo al volcán ? Usted es bien valiente porque Usted está solo”. Ahora, intercambia su turno con un sobrino, por lo que se consagra como uno de los costarricenses que habita más cerca de la cima de un volcán mientras cumple su jornada, como los hacen también algunos guardaparques.
Son 77 años de vida de los cuales ha invertido cinco décadas facilitando que Usted escuche radio y vea televisión. Su trabajo consiste en hacer los enlaces, revisar los transmisores, reportar daños para que los técnicos y torreros de radioemisoras y televisoras suban a corregirlos.
Por cierto, su testimonio también permite documentar los cambios y deslizamientos actuales que están experimentando los terrenos donde aún se elevan las torres del Irazú, algunas de las cuales ya debieron trasladarse.

Este volcán – a 55 kilómetros de San José, la capital- ha sido la cresta estratégica para que las empresas, instituciones y universidades que tienen medios audiovisuales y de telecomunicaciones, repiquen su señal a otra parte de la geografía costarricense o a los satélites.
Marco Tulio llegó antes que el Irazú fuera declarado Parque Nacional y recuerda pulsos con los vecinos de San Juan de Chicuá (el pueblo más cercano) que subían a cazar y extraer plantas pues reclamaban esos terrenos como propios. Eso sí, esos mismos vecinos lo invitaban al huevo duro, las tortillas y los frijoles cuando subían los domingos a los terrenos que consideraban propiedad de sus abuelos y bisabuelos. “Ellos me enseñaron todos los trillos por donde caminar”, agradece Marco Tulio, décadas después.
A más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, a Marco Tulio ya se le hizo costumbre amanecer con un par de grados bajo cero pero aún no se le hace rutina y le retumba en su cabeza, las palabras de una de sus nietas cuando se le acaba su tiempo libre y la emprende de nuevo al coloso: “Papá ya está bien”. Todos los días llora cuando me voy a venir. Y yo le digo: “Le prometo que me voy a ir”...pero es que son tantos años. Esto es lo grande, es lo que uno quiere”.

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