Hace casi 40 años que le escribí por primera vez a Juan Pablo II, y acabo de encontrarme, ya amarillentas, las respuestas que recibía de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Lo mío era una rutina casi infantil de felicitarlo para el cumpleaños y la
Navidad. Las respuestas oficiales eran eso: oficiales y por lo tanto, muy
formales. Recordaba de memoria, sin necesidad de releerlas, las respuestas
machoteras: “La Secretaría de Estado agradece las muestras de cariño hacia Su
Santidad con motivo de…”
Debo confesar que me enterneció la rotulación del sobre de la primera respuesta que decía: “Al niño…” y que luego, llegó a transformarse en “Sr.”
De 1983 a 1989, saqué tiempo para escribirle a mano, fui al Correo, pegué
con saliva las estampillas y mantuve la ilusión de que la carta con la obvia dirección:
“Ciudad del Vaticano, Roma, Italia, Europa”, llegara a manos del Pontífice.
En esos seis años, se había acabado mi infancia y comparando las fechas, la
última respuesta la recibí el primer año de Universidad… Seguro, pensé que ya
estaba muy grandecito para seguir esa tradición epistolar ¡Quién sabe si oí
algo del Papado en Estudios Generales de la Universidad de Costa
Rica que me replegó en mis motivaciones infantiles!
Pero si yo le escribía a “Roma”, ¿Por qué recibía las respuestas (que para para efectos míos eran del mismísimo Papa) con sellos postales de Costa Rica?
Inspirado con algún halo inquisidor, me seguí preguntando: ¿Será, entonces, que toda la correspondencia pasaba antes por la Nunciatura de Costa Rica? ¿Ninguna
de mis cartas llegaron ni a cruzar el Atlántico? O sea, ¿El Papa no abrió
nunca esos buenos deseos plasmados en tinta, papel y saliva?
Tal vez alguien quiera averiguarlo… Al menos en cada respuesta oficial, aparece un consecutivo que ya habrá tiempo de
ir a los Archivos Vaticanos para encontrar las verdades y descubrir si existe
la referencia a los originales escritos por mi puño y letra…. que por ahora son
solo recuerdos que igual celebro como verdades infalibles.
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