El Carlos de la segunda campaña de Ottón, allá en el 2005, era estudioso, moderado en sus comentarios y apasionado con su pluma al escribirle al entonces candidato sobre el pensamiento partidario. Un tipo tímido y cero confrontativo que casi siempre dejaba ver una sonrisa discreta. Aparecía sudoroso y con el pelo parado en el corre corre de la campaña con un texto entre manos, que bien podía ser el borrador de una política pública, alguna de las cartas retadoras para que el entonces oponente debatiera o un avance de la “Convocatoria Ciudadana” que era el plan de gobierno.
Al entrante Presidente en el 2018
le faltaba lo que algunos equivocadamente aún llamamos: “porte presidencial” y por cierto, varios
aspirantes en esta campaña política lo promocionan con poses fotográficas
mirando al horizonte por encima de todos y todo. Sin embargo, el saliente
Carlos del 2022, dejará pulido ese talante con actitudes y poca verborrea.
De entrada, el Presidente aguantó los silbidos al nombrar como
ministras a una nieta de Don Pepe y a
una sobrina de Manuel Mora. Ese “gobierno nacional” con abolengo político disgustó
en sus propias tiendas. La idea original se fue destiñendo pero hubo un intento
pragmático por buscar la gobernabilidad dada su disminuida fracción
oficialista.
Siguió forjando su carácter cuando jugó con la brasa de los nuevos impuestos y los topes al gasto público con el apoyo de una Asamblea Legislativa a la que sin mezquindad, también hay que reconocerle esa tarea. A un semestre de haber entrado a la Presidencia, Carlos sorteó las encarnizadas críticas sindicales y empresariales pero también de las universidades públicas que tan solo un año atrás, lo veneraban como el candidato ideal frente al otro conservador y evangélico.
El mandatario tampoco fue pudoroso
en acoger los proyectos verdiblancos, las buenas iniciativas ajenas, como la
regulación de las huelgas, solo por citar una. A veces, se rigió por el
principio: “Primero la Patria que el Partido”. Sin embargo, gobernar en tiempos
de “feisbuk” y de “guasap”, significa también ganarse de inmediato, etiquetas como “el neoliberal que le hace el
trabajo a otros”.
Ya con olor a su cuarto tamal
como Presidente, se negó a rebajar los montos de los marchamos tal como lo
pretendieron algunos diputados que les dio igual la negociación en marcha con el Fondo Monetario Internacional que mide cada
retroceso en materia fiscal… La decisión de Carlos fue una afrenta nacional a la tiquicia que ama, lava, chinea y encera los
carros. Gracias, Presidente por mantenerse firme y decir: ¡No al populismo
navideño electoral!
Además, Carlos ya había apostado su capital político con los
burócratas, al defender un plan de empleo público, aún pendiente de viabilidad
constitucional y quizás algo imperfecto, pero que era tierra prohibida para los
partidos que se intercambiaron Zapote durante
décadas. Ordenar los salarios en casa y socar la faja disgustó a algunos en su propia fracción. De
contar con el aval de la Sala IV, este cuento del empleo público y de semejante
“atrevimiento presidencial”, irónicamente se sentirían cuando ya su gobierno,
si acaso sea un recuerdo más.
Le tocó asumir en crisis y
entregará en crisis, con una dolorosa pandemia que enfermó a la familia y a la
economía costarricenses… ¡Y al mundo entero!, una obviedad necesaria de
remarcar frente a la furiosa crítica sea por las restricciones sanitarias o por
la obligatoriedad de la vacuna. Estas acciones
de salud pública provocaron una rabia
desmedida que se personalizó en contra de la cabeza de Zapote, sea cual sea.
¡Pero qué nadie se engañe, este
no es un listado de justificaciones! A Carlos, las cosas no le salieron como él
mismo hubiera deseado ni como alguna parte del país anhelaba, un sentimiento que
quizás también pasó por la mente y el corazón de don Luis Guillermo, doña Laura
y don Óscar al cierre de sus administraciones.
El presidente Alvarado Quesada
que entró a la Presidencia con menos de 40 años, al igual que “los José
Marías”: Castro Madriz y Figueres Olsen, quizás pronto escribirá
sus propias moralejas. Uno se atreve a afirmar que el Presidente más
joven del último cuarto de siglo nos deja varias: el país está primero que el
partido, los cuatro años no son para buscar
aplausos y el “adversario” ahora cuenta
tanto como el “ganador”.
Sea por el reconocimiento a su
gestión, por la crítica a su trabajo o
por las razones que sean, la innovación joven en los partidos políticos siempre
será sana para una democracia y por lo tanto: ¡Que las y los veinteañeros den rienda suelta a sus
motivaciones con quienes aspiran hoy, tal como Carlos lo hizo casi dos décadas
atrás!
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