Uno llega a México con las botas puestas. No se las quita. Aunque Cancún y la Riviera Maya sean México, en realidad, brillan como un satélite del turismo global que aunque con tequila, guacamole y chile, responden a un mundo distinto a la idílica historia mexicana con rasgos de solidaridad e inclusión. Cancún es un invento reciente, planificado y pensado.
No quitarse las
botas es darse cuenta que la carretera que va de Cancún a Belice, divide la
historia local en dos. A la izquierda de Norte a Sur, justo al lado del mar, están las mega inversiones turísticas con pasos controlados y orientados a turistas
extranjeros- A la derecha, las comunidades donde vive la gente que trabaja – ¡Y
eso hay que celebrarlo! – en los hoteles, los parques temáticos y otras
atracciones del otro lado de la carretera.
No quitarse las
botas significa darse cuenta que hay mucha calidez y algo de candidez en el trato de los
empleados mexicanos hacia sus clientes, pero que uno, como turista, también
debe sortear la falta de información transparente
al momento de contratar y pagar cualquier servicio turístico, sea un hotel, un
tour, un carro. Siempre aparece automáticamente un pago sorpresa.
No quitarse las
botas significa alegrarse con ver a las familias mexicanas que logran disfrutar
de las playas, un bien que si bien público, tiende a estar acaparado por las grandes
inversiones hoteleras. Los accesos a las playas están controlados como espacios
pensados para tal fin. Las rutas son estrechas. Si bien permiten a los locales
a entrar, también los invitan a salir luego de un paseo rápido.
¡Claro hay sol,
cenotes para nadar, ruinas para celebrar la historia y hasta delfines para que
más de un despistado los toque en busca del selfie!
Aquí le dejo las
botas para que al igual que yo, usted se las ponga cuando vaya a Cancún sin
perder el derecho a la crítica y por supuesto, a la autocritica, pues con solo
ir, uno acompaña esta otra historia mexicana partida en dos.
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