Las enfermedades y muertes de figuras conocidas son noticia en Costa Rica y en la Conchinchina.
Pasa con gente de la política, de la farándula (en nuestro país desde hace un par de décadas para acá) y por supuesto, con los periodistas de TV.
Sin embargo, esa práctica noticiosa también ocurre cuando hay un evento
como un accidente o un crimen de por medio. Entonces, la víctima – un perfecto
desconocido – de pronto él o ella y su familia se vuelven noticia, en los
momentos de más dolor como el accidente, la misa o el último adiós en el
cementerio.
La cobertura de la muerte del colega Roy Solano es un ejemplo de la calidad
y del respeto que todos los periodistas deberíamos tener al momento de reportarle
a la audiencia un evento como ese. O al menos, nos invita a pensarlo dos veces porque cuando nos hemos enfrentado a coberturas como esa, usualmente la inmediatez nos roba la sobriedad y el respecto hacia el otro.
Vimos imágenes de archivo de un Roy pleno haciendo su trabajo con profesionalismo,
escuchamos declaraciones concertadas
entre la familia y los medios y un respeto absoluto hacia la privacidad de su
gente cercana que realmente sufre por la separación física… No hubo imágenes
de afuera de la morgue del hospital, de una vela atiborrada de gente con una
cámara subjetiva que se mueve entre los dolientes pero tampoco preguntas irrelevantes
para una familia consternada.
Esa misma receta mediática es entonces la que deberíamos aplicar cuando la
señora del precario perdió a sus hijos en un incendio, el agricultor que venía
cargado con verdura se accidentó mortalmente junto a su familia o un grupo de
jóvenes fue ultrajado en la comunidad donde
los disparos y las amenazas son cosas de todos los días.
Estoy seguro que Roy – ese estudiante de perio avanzado que uno veía ya como “grande”
porque incluso “ya salía” en la tele de la UCR - se echaría una risilla y tendría una reacción
a este comentario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario