jueves, 30 de junio de 2022

Buen trato hasta en el funeral

 Las enfermedades y muertes de figuras conocidas son noticia en Costa Rica y en la Conchinchina.

Pasa con gente de la política, de la farándula (en nuestro país desde hace un par de décadas para acá) y por supuesto, con los periodistas de TV.


Sin embargo, esa práctica noticiosa también ocurre cuando hay un evento como un accidente o un crimen de por medio. Entonces, la víctima – un perfecto desconocido – de pronto él o ella y su familia se vuelven noticia, en los momentos de más dolor como el accidente, la misa o el último adiós en el cementerio.

La cobertura de la muerte del colega Roy Solano es un ejemplo de la calidad y del respeto que todos los periodistas deberíamos tener al momento de reportarle a la audiencia un evento como ese. O al menos, nos invita a pensarlo dos veces porque cuando nos hemos enfrentado a coberturas como esa,  usualmente la inmediatez nos roba la sobriedad y el respecto hacia el otro.

Vimos imágenes de archivo de un Roy pleno haciendo su trabajo con profesionalismo, escuchamos  declaraciones concertadas entre la familia y los medios y un respeto absoluto hacia la privacidad de su gente cercana que realmente sufre por la separación física… No hubo imágenes de afuera de la morgue del hospital, de una vela atiborrada de gente con una cámara subjetiva que se mueve entre los dolientes pero tampoco preguntas irrelevantes para una familia consternada.

Esa misma receta mediática es entonces la que deberíamos aplicar cuando la señora del precario perdió a sus hijos en un incendio, el agricultor que venía cargado con verdura se accidentó mortalmente junto a su familia o un grupo de jóvenes  fue ultrajado en la comunidad donde los disparos y las amenazas son cosas de todos los días.

Estoy seguro que Roy – ese estudiante de perio avanzado que uno veía ya como “grande” porque incluso “ya salía” en la tele de la UCR -  se echaría una risilla y tendría una reacción a este comentario.

lunes, 27 de junio de 2022

Botas para un Cancún partido en dos

 Uno llega a México con las botas puestas. No se las quita. Aunque Cancún y la Riviera Maya sean México, en realidad, brillan como un satélite del turismo  global que aunque con tequila, guacamole y chile, responden a un mundo distinto a la idílica historia mexicana con rasgos de solidaridad e inclusión. Cancún es un invento reciente, planificado y pensado.


No quitarse las botas es darse cuenta que la carretera que va de Cancún a Belice, divide la historia local en dos. A la izquierda de Norte a Sur, justo al lado del mar, están las mega inversiones turísticas con pasos controlados y orientados a turistas extranjeros- A la derecha, las comunidades donde vive la gente que trabaja – ¡Y eso hay que celebrarlo! – en los hoteles, los parques temáticos y otras atracciones del otro lado de la carretera.

No quitarse las botas significa darse cuenta que hay mucha  calidez y algo de candidez en el trato de los empleados mexicanos hacia sus clientes, pero que uno, como turista, también debe sortear  la falta de información transparente al momento de contratar y pagar cualquier servicio turístico, sea un hotel, un tour, un carro. Siempre aparece automáticamente un pago sorpresa.

No quitarse las botas significa alegrarse con ver a las familias mexicanas que logran disfrutar de las playas, un bien que si bien público, tiende a estar acaparado por las grandes inversiones hoteleras. Los accesos a las playas están controlados como espacios pensados para tal fin. Las rutas son estrechas. Si bien permiten a los locales a entrar, también los invitan a salir luego de un paseo rápido.

¡Claro hay sol, cenotes para nadar, ruinas para celebrar la historia y hasta delfines para que más de un despistado los toque en busca del selfie!

Aquí le dejo las botas para que al igual que yo, usted se las ponga cuando vaya a Cancún sin perder el derecho a la crítica y por supuesto, a la autocritica, pues con solo ir, uno acompaña esta otra historia mexicana partida en dos.