Un viaje por las casas de los cubanos, convertidas ahora en hostales.
Lo criaron del 59 para acá. Se
escapaba a pescar al Puerto Casilda y disfrutaba corretiando en un hospital vecino a
la casa de su abuela, una afrocubana espiritista que lo crió. Ahora, junto a su
esposa, tienen un hostal para extranjeros en Trinidad, la ciudad colonial mejor
conservada de la Isla.
Él se llama “revolucionario” a sí
mismo y se siente orgulloso pero no duda también en criticar, moderadamente a
veces, y discretamente siempre al gobierno cuando, según él, “no deja trabajar a los hosteleros”, el
sector más pujante de éste que fue un enclave azucarero con mano de obra
esclava siglos atrás.
Nuestro amigo tampoco tiene reparo para reírse de su cuñada
que no hace ni un año se fue Estados
Unidos y cuando regresa a Cuba se queja de los ventiladores tan poco
sofisticados que venden en la Isla en comparación con los de La Florida. “Coño,
vivió más de medio siglo acá. ¡Cuando regresa ya no le gustan ni los
ventiladores de Cuba!”, se ríe a carcajadas. Como la mayoría de cubanos, brilla por
su chispa.
Quienes están vinculados al
turismo - la industria que crece y más reparte desde Pinar del Río al este de la Isla, hasta Guantánamo,
la provincia más oriental - tienen el chance de hacer mejoras en sus casas:
pintar fachadas, poner agua caliente, cambiar los inodoros, tirar una “placa”
(en términos ticos, un “planché” para seguir construyendo).
En Cuba es común desde mediados
de los noventas que los cubanos alquilen en sus casas al menos uno de los
cuartos.
Las tarifas rondan los 25 “ce u
ces”, como le llaman los cubanos, que para nosotros los extranjeros resulta más
fácil decirles “cucs”. Es la moneda covertible. En marzo del 2015 se cambiaba
casi taco a taco con el euro.
Los nacionales que reciben
“cucs”, también gastan en “cucs” por bienes y servicios que solo se consiguen a
precios de “cucs” y que abismalmente se diferencian del tradicional peso
cubano. Un “cuc” representa 25 pesos cubanos que sabiendo donde consumirlos, alcanzan
para un buen libro, ir al cine y hasta comerse un helado.
Creatividad ante las carencias
Recuerda, este hostelero
trinitario, que cuando el negocio arrancaba y el control arreciaba, era común
que ellos corrieran a esconder las langostas que acaban de servir a sus
comensales al momento que alguien inesperadamente les tocaba a la puerta. Por supuesto, ingleses y alemanes se quedaban boquiabiertos
de esa estampa de los inicios de la hostelería cubana.
Dice que también al inicio,
sufrían por la falta de agua (¡Y todavía aún deben contratar cisternas!) pero
que resolvían la falta del líquido
echando baldes de agua a un tanque de captación justo cuando se enteraban que
los turistas abrían la ducha. Recuerda también las madrugadas que pasaron en el
corredor de la casa de en frente pues él y su esposa, habían rentado su propio
cuarto.
Por cada habitación dedicada al
turismo, el gobierno recibe un equivalente cercano a unos 50.000 colones más un
porcentaje que ronda el 10% de los ingresos mensuales.
Cuando uno llega a la casa-hostal,
lo primero que hacen los anfitriones es pedirnos el pasaporte para llenar la
información que ellos mismos también deben facilitar a las autoridades de
migración.
Al Oriente, Santiago – la cuna
del son cubano y el cementerio de los
héroes nacionales- nos recibe en la casa
de una profesional de medicina. Su esposo, doctor en física, investiga una
salida a una enfermedad propia de África. Ambos han
combinado sus sofisticados conocimientos académicos con la atención a
los turistas.
“¿Pescado, camarones o langosta para la
cena?”, dice ella para ofrecer un servicio adicional con el que puede
redondearse aún más la estadía de sus visitantes. Unas chuletonas de pescado
bañadas con una salsa de tomate fresco y
acompañadas de los infaltables “chatinos” (patacones) resultaron para chuparse
los dedos.
Salud, educación y religión
Ella con la
alegría permanente que la caracteriza se sienta a la mesa y nos narra esas cosas que la Revolución mediante
políticas públicas ha logrado, tal como lo reconocen los mismos
organismos internacionales.
Esta profesional incluso trabajó
un año apoyando a los haitianos luego del mortal terremoto de enero del 2010
pues hay espacio para la cooperación Sur – Sur. Se sorprende cuando le contamos que en Costa
Rica, cuatro de cada diez niños que entran a la escuela no salen graduados del
colegio. Eso resulta ciencia ficción para los cubanos. “Aquí la policía y hasta el Presidente del CDR
(Comité de Defensa de la Revolución) intervendrían”, reacciona. En cada cuadra
hay una persona encargada de apoyar (quizás, hasta “vigilar” calce mejor) a sus
vecinos con la tramitación de necesidades y propuestas.
Ella igualmente reconoce que su
salario como profesional en medicina y el de su esposo como científico y
docente universitario no alcanzan para
una familia que quiere desarrollarse un poquito más. Están ahorrando para hacer
mejoras en la casa y abrir otra
habitación para turistas. Cuando nos despedimos,
su esposo nos invita al cafecito cubano fuerte y endulzado. Ella no está en la
casa pero tiene la calidez de llamar por teléfono para despedirse.
Los símbolos masones los ubicamos
en edificios y cementerios. La masonería incluso fue clave en tiempos de la
independencia para la circulación del libre pensamiento. “Eso sí, no hablamos
de política ni de religión”, nos sentencia el dueño de la casa-hostal de
Remedios y miembro de una logia.
Quizás en la logia no se hable de
religión pero su esposa y matrona de esta familia, recuerda con orgullo haber recibido la hostia de manos del Papa
Juan Pablo Segundo en aquella histórica visita a la Isla en 1998 que entre
otras cosas, permitió abrir y desempolvar las iglesias. Ahora hay cultos
católicos que se combinan con actividades culturales como el homenaje que
aquella calurosa noche, algunos músicos
locales le dieron al compositor, guitarrista y director de orquesta, Leo
Brouwer.
Esta familia de Remedios vive
pendiente de la estabilidad de una de sus hijas que tramitó con éxitos los
papeles y acaba de mudarse a Estados Unidos. “Para nosotros, escuchar la voz de
los nietos al otro lado del teléfono es
lo más satisfactorio”, recuerda él, con los ojos aguados. Él nunca quiso dejar
Cuba ni en los tiempos más difíciles, pues como
hijo de inmigrantes prefirió no repetir la historia familiar y acompañar a
padre y madre hasta el final de sus vidas.
La pintoresca Remedios está en el
norte de la Cuba central. Este pueblo, único por tener dos iglesias con un
parque de por medio, está en obras para recuperar edificios emblemáticos y
guiñarle un ojo a los turistas que buscan la arena que parece harina y el agua
turquesa del Cayo Santa María, el último islote a 50 kilómetros de distancia conectado
por una carretera construida sobre el mar y en medio de manglares. Esta es una
infraestructura orientada a turistas extranjeros pues hasta pasaporte piden en
la caseta de la entrada a la carretera.
En la Habana Vieja, las casas
convertidas en hostales también son la ruta obligada para los viajeros de bajo
presupuesto que estamos deseosos de no solo conocer la Catedral, el Morro, el
Malecón y las plazas reconstruidas sino acercarnos al menos, por unos días, a
lo cotidiano, a la gente.
Ella tiene 52 años y apenas un
mes de trabajar en uno de las decenas de hostales en la calle Cuba dentro del
casco histórico. Como decimos en Costa
Rica, en hostal ajeno “agarra volados”
para que montarse pronto el propio
negocia. Dice en voz baja que ahí ha visto algunas deficiencias que ella sí quiere
mejorar. Como por ejemplo, “atender al
cliente de inmediato”, asegura luego de que un par de turistas pide cambiarse
de cuarto y no hay quien decida sobre esa solicitud. Corre para facilitarnos un
destapador de cañería pues en
edificaciones tan viejas es normal que la cosa no fluya, a pesar de los insistentes
avisos de evitar los papeles en el inodoro.
Esta mujer delgadita solo espera
que su hermano, que vive en España, le mande el contenedor con algunos
materiales que aún no se consiguen en Cuba y las sábanas nuevas, que con
ilusión, pronto tenderá en su primera habitación para turistas en el 209 de una calle vecina a la Plaza Vieja.
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