Mientras estaba en el colegio de
Hojancha, Ezequiel repartía, a pie, las cartas de su comunidad de
manera voluntaria. Era un chiquillo que recorría a veces los
polvazales, a veces los barriales de la parte montañosa de la
bajura guanacasteca.
Era también la época cuando la gente
se comunicaba a través primero de una intención de sentarse a
escribir (¡Y todo lo que eso implicaba!): el lápiz, el papel y
luego, el tiempo que mediaba entre el envío y la entrega, sin
olvidarse de la ansiedad de recibir o no una respuesta.
Se sintió envalentonado para pedir
trabajo formalmente en la oficina de correo de Nicoya, luego de
terminar la secundaria. Se lo dieron. Quiso entonces, subir de
categoría y pasar de cartero a oficinista. Su jefe de entonces tardó
en decirle que sí pero lo desarraigó de Guanacaste, y lo mandó a
San José de donde regresó convertido en jefe del correo.
Ya pensionado, quedan esos recuerdos
pero su espíritu de conectar voluntades entre las personas, está presente más que nunca.
Se enfocó en su historia como indígena
del Pueblo Chorotega. Y en su “Pedacito de cielo” (como se llama
el proyecto turístico familiar), ahora difunde el orgullo y el
conocimiento ancestrales.
Ezequiel cuenta su vida en frente de
mis estudiantes puntarenenses de turismo de la Universidad Técnica
Nacional.
En medio del bosque reconoce a un
toledo, habla con propiedad de la ceiba barrigona, sabe moldear el
barro para hacer vasijas y también le hace caso a Gladys, su esposa,
al animarse a hablar de sí mismo para contar su historia de
superación.
Sus narraciones motivan a estos futuros
profesionales para que vean en los Pueblos Indígenas, un potencial
para promover el turismo cultural, eso sí, de la mano con las mismas
comunidades rurales y en constante, diálogo con la gente, algo que
Ezequiel Aguirre práctica desde jovencillo.
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