La “urbanidad” con todo y su enfoque clasista, citadino y conservador; nos sirve ahora para robarnos las mismas reglas de socialización durante los tiempos del Guasap.
Si antes el tema era
enseñar a cruzar la pierna para tomar el té, ahora lo que importa es controlar
la cantidad de horas que pasamos sentados revisando cuanta tontería llega al
celular y lo más preocupante, dejar de hacer cosillas elementales: sonreír, ver
a los ojos, saludar.
Si antes, el
manual de urbanidad apuntaba a cómo usar el pañuelo para estornudar, el foco
actual debería recomendarnos a evitar los regueros – similares a estornudar con
la boca abierta- que hacemos de cuanto video, meme o foto compartimos a diestra
y siniestra.
Aprendimos con el manual de urbanidad a cómo disponer los servilletas y comportarnos en la mesa, pero ahora olvidamos que los tiempos de comida son para hablar sin tener que estar embarrando la convivencia con las alertas personalizadas y los tictoqueros
¿A quién le toca
abrir la puerta del carro? Ya los sabemos, gracias a los manuales de urbanidad del
siglo pasado en aquel mundo idílico... Ahora, envalentonados
desde nuestras redes, reventamos a diario las puertas de nuestro activismo para imponer mi visión de mundo: la única, la perfecta.
Mis nobles saludos
mañaneros por el guasap - que quizás nos unen con gente que de otra manera no contactaríamos – me podrían peligrosamente
llevar a pensar que ya sustituyen el humano “Buenos días” cara a cara con bostezo
incluido.
Semejante
creencia guasapera nos puede alejar del
contacto físico con el otro y emborracharnos de una socialización digital que
ya la ponemos en práctica igual para
terminar una relación, igual para darle un pésame a un amigo.
Si la urbanidad de
abolengo nos enseñó años atrás a evitar monopolizar la palabra al momento de
sentarse a conversar, ahora también hay que darle la bola a mis "amiguis del
guasap o del feis" aunque piensen distinto. Solo así romperemos la peligrosa burbuja que nos ahoga.
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