Como niños buenos, decimos que para responder a los contenidos falsos, hay que recurrir a las fuentes válidas. Pero, ¿Qué pasa cuando los propios gobiernos, las autoridades estatales y quienes aspiran a sustituirlos, también están fascinados con el mismo confite de los contenidos falsos?
Esa es una compleja realidad porque entonces las buenas soluciones para
superar los contenidos falsos -textos, videos, audios y hasta chistes- que
circulan en las redes sociales, tampoco pueden exportarse fácilmente de una
sociedad a otra por más exitosas que sean.
Sin tomar en cuenta los regímenes abiertamente represivos, hay países “autodenominados
democráticos” que bailan con la transparencia que exige la institucionalidad
pero a la vez, sus autoridades se montan en la ola de la desinformación.
Los gobiernos comparten “medias verdades”; los aspirantes presidenciales,
falsedades completas sin mayor pudor; y las entidades estatales podrían hacer algo que ya ocurría desde antes de la
explosión de la redes sociales: maquillar los datos estadísticos de su gestión
o al menos torcer las metodologías.
Otra de las barreras que hay que
brincarse es que ahora no hay una audiencia claramente identificada para
comunicarse con ella y compartir, por ejemplo, alguna receta para reaccionar cuando se filtra un contenido
falso. Los jóvenes están en una plataforma o en varias al mismo tiempo, los
adultos mayores en otras y todos vivimos esa fragmentación respecto a las
fuentes a partir de las cuales, nos informamos o nos entretenemos.
Se suma algo más. Este juego se enmarca en un contexto en el que la
narrativa es “la división”. Aunque exista una mayoría X considerable, siempre
habrá alguien que fácilmente manifiesta lo contrario en una red social y hace
pensar a todo el resto del mundo que “de verdad, hay conflicto ahí adentro sobre
ese asunto”. Esa voz en el desierto que no es la de ningún Mesías, nos lleva a
entender el mundo como claro y resplandeciente o como oscuro y tenebroso.
Responder a los contenidos falsos en semejante contexto maniqueo, es un asunto de
titanes.
Pero que no nos abrace el derrotismo ante cómo desinflar a la desinformación. Al menos desde las escuelas de comunicación, la actitud debe ir por este lado: “No siempre tenemos la respuesta perfecta pero sí la posible para este momento”, recuerda Dr. Kristy Roschke, profesora e investigadora de Cronkite School of Journalism and Mass Communication de la Universidad Estatal de Arizona.
Roschke, directora de News CO/Lab, un centro de investigación
sobre educación mediática, reconoce que una respuesta de ese tipo, podría ser difícil
de entender para la gente e incluso una herramienta para dañar aún más. Sin embargo, el asunto es tan complejo que resulta difícil de abordar cuando incluso
los contenidos falsos se filtran en cualquier profesión.
Un primer paso sería que todo
ciudadano se apropie de la educación mediática para analizar los contenidos de
redes sociales y también para expresarse
en ellas.
* Alejandro Vargas Johansson participa en: “Periodismo, Tecnología y Democracia” de la
Universidad Estatal de Arizona (junio y julio 2023), un programa financiado por
el Departamento de Estado a través de “Study of the U.S. Institute”
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